Santiago Guerrero
Introducción
En este pequeño Arcón abordaremos muchos temas, pero
siempre con la figura del Gato como eje central. Desde la mitología al humor.
Desde hechos reales, a ficción literaria.
Espero que disfruten del Arcón de Bastet.
Y comenzaremos señalando algunas
cosas sobre los gatos…
El gato o gato
doméstico (Felis
silvestris catus) es una subespecie de mamífero carnívoro de la
familia Felidae. El gato está en convivencia cercana al ser humano desde
hace unos 9.500 años.
En las lenguas romances los
nombres actuales más generalizados derivan del latín vulgar catus,
palabra que aludía especialmente a los gatos salvajes en contraposición a los
gatos domésticos que, en latín, eran llamados felis.
Hay decenas de razas, como
resultado de mutaciones genéticas y años de selección artificial, y existen una
amplia variedad de colores. Son depredadores por naturaleza y son capaces de
asimilar algunos conceptos, y ciertos ejemplares han sido entrenados para
manipular mecanismos simples. Se comunican con gemidos, gruñidos y alrededor de
un centenar de diferentes vocalizaciones, además del lenguaje corporal.
Los ancestros directos de los
gatos domésticos habrían abandonando gradualmente la vida silvestre para
convivir con la especie humana atraídos por los roedores que parasitaban a las
comunidades humanas. Actualmente los gatos domésticos se encuentran agrupados
en diversos clades (o grupos genéticos),
encontrándose en el rastreo del ADN
mitocondrial cinco hembras ancestrales para todas las subespecies gatunas; los
mismos rastreos genéticos señalan una procedencia directa de los gatos
domésticos actuales con los gatos salvajes del Medio Oriente, no encontrándose
la misma proximidad ni con los gatos salvajes africanos (Felis silvestris líbica), ni con los gatos salvajes europeos (Felis silvestris silvestris).
Las evidencias arqueológicas
indicarían que uno de los primeros lugares de domesticación de los gatos fue la
isla de Chipre hace unos 9500 años y que poco tiempo después estos felinos eran
comunes entre algunas culturas de la llamada Creciente fértil. Luego, hace
quizás unos 3500 años, y probablemente a través de comerciantes fenicios, el
gato fue introducido en Europa continental desde el Antiguo Egipto.
(fuente: wikipedia)
ESTABA EL SEÑOR DON GATO SENTADITO EN
SU TEJADO… DE ABLA
La noche era fría en Abla. Era el
mes de enero y la temperatura rondaba los tres grados bajo cero esa noche…
El enorme gato negro parecía
dormido plácidamente junto al fuego de la chimenea. Pero no, no se engañen, el
gato estaba con todos sus sentidos en alerta.
Su vieja ama, a la que algunos
hubieran llamado bruja, sin duda, se afanaba en un rincón de la vieja casa,
macerando hierbas en su mortero. Como hacia todas las noches. Y como todas las
noches, un olor acre llenó la estancia en pocos segundos.
En cuanto el gato percibió aquel
olor, se incorporó de un salto, maullando tímidamente. Le desagradaba aquel
olor, pero más desagradable era el frío que hacía fuera de la vivienda, por lo
que pensó que lo mejor era seguir tirado junto al fuego.
El ser el gato de una bruja tenía
sus ventajas, y algunos inconvenientes. Uno de ellos era tener que soportar
aquellos olores. Otros inconvenientes podían ser más peligrosos. Por ejemplo,
acabar achicharrado en la hoguera junto a su ama. Aunque la verdad es que el
temor que los campesinos tenían a los gatos negros lo ponía a salvo de todo
peligro. Pero claro, en su condición de gato, no podía saber el temor que su
presencia causaba entre la población.
De repente, alguien llamó a la
puerta. Por si acaso, no fuera a ser la Inquisición, el gato se escondió lo
mejor que pudo, para poder ver, pero sin ser visto.
La anciana se encaminó lentamente
hacia la puerta y, al ver que no preguntaba por la identidad de su visitante
nocturno, el gato supuso que esperaba aquella visita.
Y así era. Una oscura figura se
recortó a la pálida claridad de la luna que entraba por la puerta entreabierta.
Después de un corto diálogo, la anciana cogió una gastada capa que colgaba de
un clavo en la pared, y colocándosela sobre los hombros, salió de la casa,
cerrando la puerta con fuerza. La anciana marchó, con su visita, hacia la parte
baja del pueblo…
El gato negro dejó pasar unos
segundos antes de salir de su escondrijo, pero una vez que creyó estar seguro,
se hizo dueño de la casa. Pocas veces se quedaba solo, pues su ama casi nunca
salía de casa. Apenas un par de veces al mes se iba hasta Almería capital, pero
nunca dejaba nada en el fuego. Así pues, tenía que aprovechar su oportunidad. Y
lo primero que llamó su atención fue la olla donde la vieja realizaba sus
cocciones y extraños brebajes. Dejando atrás el extraño olor que todavía
flotaba levemente en el aire, se acercó con la elegancia natural de un gato
hacia el enorme recipiente, que descansaba sobre una decrépita cocina. De un
salto, se encaramó a un pequeño taburete, y de allí, accedió sin problemas a
las cercanías de su “presa”.
Primero con cuidado, casi con
temor, pero después más decididamente, estuvo inspeccionando el interior de la
olla, donde solía podía distinguir un líquido espeso, ligeramente maloliente.
En aquel momento, si ustedes hubieran podido verlo, hubieran visto un enorme
gato negro que introducía cuidadosamente una de sus patas en el líquido, a
riesgo de volcar el recipiente de metal oxidado.
El gato dudó durante un instante.
¿Probaba el sabor de aquel brebaje? ¿No sería un veneno que acabaría en un
santiamén con alguna de sus siete vidas? Si bebía un poco, la vieja no se
enteraría nunca de su aventura. ¡Y era aquello tan tentador!
Siguió dudando, y estuvo a punto
de saltar al suelo cuando creyó oír ruidos de pasos en el camino de piedra que
llevaba hasta la puerta de la casa.
Todo quedó en suspenso durante
unos segundos… Pero nada ocurrió. Y nadie vino a importunarle en su aventura.
Como si quisiera despejar de su
cabeza algún pensamiento molesto, pasó su pata derecha por los pelos de su
bigote. Y entonces se decidió-
Con cautela, pero convencido de
su valentía, hundió su cara en el espeso líquido, en el brebaje ligeramente
maloliente…
Copo en las calles de Abla
Durante unos segundos, que a él le parecieron eternos, si es
que los gatos tienen sentido de la eternidad, sintió que su cabeza se
agrandaba, que todo cambiaba de color, que la noche se convertía en día, que
las paredes de la vieja casucha se abrían para dejar paso al frío que reinaba
en el exterior, en la oscura noche que envolvía a Abla.
Pero sólo fueron apenas unos segundos. Inmediatamente, el
gato se quedó profundamente dormido…
Cuando la vieja bruja volvió de sus correrías nocturnas,
notó enseguida que algo raro flotaba en el ambiente. Una atmósfera pesada y
casi irrespirable le hizo tambalearse…
En todo el pueblo de Abla, a la mañana siguiente, pudieron observar el extraño comportamiento
de aquella hermosa mujer que, medio desnuda, caminaba por la polvorienta calle
que confluía a la única plaza de la que disponía el pequeño villorrio. Parecía
extranjera: rubia, alta, de formas rotundas, con una boca que invitaba a
pecadores placeres, con un marcado labio leporino. Sus ojos azules se movían
tensos, como ansiosos por descubrir los íntimos pensamientos de todo aquel que
se cruzaba en su camino.
Una vez que hubo llegado a la plaza, bebió del agua de la
fuente, de aquella fuente que llevaba siglos dispensando agua a los habitantes
del pueblo…, aquella fuente que quedó seca una vez que la mujer hubo saciado su
sed.
Los lugareños se miraron los unos a los otros, aterrados.
Todos recordaban aquella siniestra profecía que iba pasando
de boca en boca, de generación en generación, desde que un anciano viajero pasara
por el pueblo hacia muchísimos años: “El día que la fuente se secara, la
desgracia caería por siempre en el pueblo”.
Y ahora se había secado. Y había sido aquella extranjera tan
hermosa…
La vieja bruja había buscado con una energía desconocida en
ella. Buscó por todas partes en su cabaña, buscó por el bosque, pero no
encontró a su gato. Temerosa, se había acercado a la olla que debía rebosar del
brebaje que había preparado. Y entonces comprendió, al ver que apenas quedaba
algo del espeso líquido. Sí, el gato había bebido. La comprensión se abrió paso
en su cerebro, y no se inmutó ante los gritos que llegaban del pueblo. Los
tiempos se habían cumplido…
La hermosa joven sonreía satisfecha.
Hacía cincuenta años que había llegado a aquel pueblo. Todas
las doncellas de la aldea la habían mirado con recelo, y también, con envidia.
Ellas habían acudido a la vieja bruja que habitaba en aquellas tierras desde
que el mundo era mundo. Y le habían encargado un hechizo: convertirla en gato.
Cincuenta años después, la joven sonreía satisfecha.
Cincuenta años después, todos los gatos del pueblo maullaban
satisfechos.
Cincuenta años después, los gatos dominarían el pueblo… Y la
joven sería su Reina.
Y su nombre era… Maléfica.
Nota: una primera versión de este relato en dos partes, fue
publicado en los números 14 y 15, de El
Azulete de Almería, La Cañada, El Alquián y Los Molinos, en diciembre de 2001 y
enero de 2002
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