miércoles, 6 de enero de 2016

El Arcón de Bastet. Mitología, humor, hechos reales, ficción literaria.....Hoy "ESTABA EL SEÑOR DON GATO SENTADITO EN SU TEJADO… DE ABLA"


                                                             Santiago Guerrero





Introducción

En este pequeño Arcón abordaremos muchos temas, pero siempre con la figura del Gato como eje central. Desde la mitología al humor. Desde hechos reales, a ficción literaria.
Espero que disfruten del Arcón de Bastet.
Y comenzaremos señalando algunas cosas sobre los gatos…
El gato o gato doméstico (Felis silvestris catus) es una subespecie de mamífero carnívoro de la familia Felidae. El gato está en convivencia cercana al ser humano desde hace unos 9.500 años.
En las lenguas romances los nombres actuales más generalizados derivan del  latín vulgar catus, palabra que aludía especialmente a los gatos salvajes en contraposición a los gatos domésticos que, en latín, eran llamados felis.
Hay decenas de razas, como resultado de mutaciones genéticas y años de selección artificial, y existen una amplia variedad de colores. Son depredadores por naturaleza y son capaces de asimilar algunos conceptos, y ciertos ejemplares han sido entrenados para manipular mecanismos simples. Se comunican con gemidos, gruñidos y alrededor de un centenar de diferentes vocalizaciones, además del lenguaje corporal.
Los ancestros directos de los gatos domésticos habrían abandonando gradualmente la vida silvestre para convivir con la especie humana atraídos por los roedores que parasitaban a las comunidades humanas. Actualmente los gatos domésticos se encuentran agrupados en diversos  clades (o grupos genéticos), encontrándose en el rastreo del  ADN mitocondrial cinco hembras ancestrales para todas las subespecies gatunas; los mismos rastreos genéticos señalan una procedencia directa de los gatos domésticos actuales con los gatos salvajes del Medio Oriente, no encontrándose la misma proximidad ni con los gatos salvajes africanos (Felis silvestris líbica), ni con los gatos salvajes europeos (Felis silvestris silvestris).
Las evidencias arqueológicas indicarían que uno de los primeros lugares de domesticación de los gatos fue la isla de Chipre hace unos 9500 años y que poco tiempo después estos felinos eran comunes entre algunas culturas de la llamada Creciente fértil. Luego, hace quizás unos 3500 años, y probablemente a través de comerciantes fenicios, el gato fue introducido en Europa continental desde el  Antiguo Egipto.


(fuente: wikipedia)










ESTABA EL SEÑOR DON GATO SENTADITO EN SU TEJADO… DE ABLA


La noche era fría en Abla. Era el mes de enero y la temperatura rondaba los tres grados bajo cero esa noche…
El enorme gato negro parecía dormido plácidamente junto al fuego de la chimenea. Pero no, no se engañen, el gato estaba con todos sus sentidos en alerta.
Su vieja ama, a la que algunos hubieran llamado bruja, sin duda, se afanaba en un rincón de la vieja casa, macerando hierbas en su mortero. Como hacia todas las noches. Y como todas las noches, un olor acre llenó la estancia en pocos segundos.
En cuanto el gato percibió aquel olor, se incorporó de un salto, maullando tímidamente. Le desagradaba aquel olor, pero más desagradable era el frío que hacía fuera de la vivienda, por lo que pensó que lo mejor era seguir tirado junto al fuego.
El ser el gato de una bruja tenía sus ventajas, y algunos inconvenientes. Uno de ellos era tener que soportar aquellos olores. Otros inconvenientes podían ser más peligrosos. Por ejemplo, acabar achicharrado en la hoguera junto a su ama. Aunque la verdad es que el temor que los campesinos tenían a los gatos negros lo ponía a salvo de todo peligro. Pero claro, en su condición de gato, no podía saber el temor que su presencia causaba entre la población.
De repente, alguien llamó a la puerta. Por si acaso, no fuera a ser la Inquisición, el gato se escondió lo mejor que pudo, para poder ver, pero sin ser visto.
La anciana se encaminó lentamente hacia la puerta y, al ver que no preguntaba por la identidad de su visitante nocturno, el gato supuso que esperaba aquella visita.
Y así era. Una oscura figura se recortó a la pálida claridad de la luna que entraba por la puerta entreabierta. Después de un corto diálogo, la anciana cogió una gastada capa que colgaba de un clavo en la pared, y colocándosela sobre los hombros, salió de la casa, cerrando la puerta con fuerza. La anciana marchó, con su visita, hacia la parte baja del pueblo…
El gato negro dejó pasar unos segundos antes de salir de su escondrijo, pero una vez que creyó estar seguro, se hizo dueño de la casa. Pocas veces se quedaba solo, pues su ama casi nunca salía de casa. Apenas un par de veces al mes se iba hasta Almería capital, pero nunca dejaba nada en el fuego. Así pues, tenía que aprovechar su oportunidad. Y lo primero que llamó su atención fue la olla donde la vieja realizaba sus cocciones y extraños brebajes. Dejando atrás el extraño olor que todavía flotaba levemente en el aire, se acercó con la elegancia natural de un gato hacia el enorme recipiente, que descansaba sobre una decrépita cocina. De un salto, se encaramó a un pequeño taburete, y de allí, accedió sin problemas a las cercanías de su “presa”.
Primero con cuidado, casi con temor, pero después más decididamente, estuvo inspeccionando el interior de la olla, donde solía podía distinguir un líquido espeso, ligeramente maloliente. En aquel momento, si ustedes hubieran podido verlo, hubieran visto un enorme gato negro que introducía cuidadosamente una de sus patas en el líquido, a riesgo de volcar el recipiente de metal oxidado.
El gato dudó durante un instante. ¿Probaba el sabor de aquel brebaje? ¿No sería un veneno que acabaría en un santiamén con alguna de sus siete vidas? Si bebía un poco, la vieja no se enteraría nunca de su aventura. ¡Y era aquello tan tentador!
Siguió dudando, y estuvo a punto de saltar al suelo cuando creyó oír ruidos de pasos en el camino de piedra que llevaba hasta la puerta de la casa.
Todo quedó en suspenso durante unos segundos… Pero nada ocurrió. Y nadie vino a importunarle en su aventura.
Como si quisiera despejar de su cabeza algún pensamiento molesto, pasó su pata derecha por los pelos de su bigote. Y entonces se decidió-
Con cautela, pero convencido de su valentía, hundió su cara en el espeso líquido, en el brebaje ligeramente maloliente…



                                                               Copo en las calles de Abla

Durante unos segundos, que a él le parecieron eternos, si es que los gatos tienen sentido de la eternidad, sintió que su cabeza se agrandaba, que todo cambiaba de color, que la noche se convertía en día, que las paredes de la vieja casucha se abrían para dejar paso al frío que reinaba en el exterior, en la oscura noche que envolvía a Abla.
Pero sólo fueron apenas unos segundos. Inmediatamente, el gato se quedó profundamente dormido…
Cuando la vieja bruja volvió de sus correrías nocturnas, notó enseguida que algo raro flotaba en el ambiente. Una atmósfera pesada y casi irrespirable le hizo tambalearse…
En todo el pueblo de Abla, a la mañana siguiente,  pudieron observar el extraño comportamiento de aquella hermosa mujer que, medio desnuda, caminaba por la polvorienta calle que confluía a la única plaza de la que disponía el pequeño villorrio. Parecía extranjera: rubia, alta, de formas rotundas, con una boca que invitaba a pecadores placeres, con un marcado labio leporino. Sus ojos azules se movían tensos, como ansiosos por descubrir los íntimos pensamientos de todo aquel que se cruzaba en su camino.
Una vez que hubo llegado a la plaza, bebió del agua de la fuente, de aquella fuente que llevaba siglos dispensando agua a los habitantes del pueblo…, aquella fuente que quedó seca una vez que la mujer hubo saciado su sed.
Los lugareños se miraron los unos a los otros, aterrados.
Todos recordaban aquella siniestra profecía que iba pasando de boca en boca, de generación en generación, desde que un anciano viajero pasara por el pueblo hacia muchísimos años: “El día que la fuente se secara, la desgracia caería por siempre en el pueblo”.
Y ahora se había secado. Y había sido aquella extranjera tan hermosa…
La vieja bruja había buscado con una energía desconocida en ella. Buscó por todas partes en su cabaña, buscó por el bosque, pero no encontró a su gato. Temerosa, se había acercado a la olla que debía rebosar del brebaje que había preparado. Y entonces comprendió, al ver que apenas quedaba algo del espeso líquido. Sí, el gato había bebido. La comprensión se abrió paso en su cerebro, y no se inmutó ante los gritos que llegaban del pueblo. Los tiempos se habían cumplido…
La hermosa joven sonreía satisfecha.
Hacía cincuenta años que había llegado a aquel pueblo. Todas las doncellas de la aldea la habían mirado con recelo, y también, con envidia. Ellas habían acudido a la vieja bruja que habitaba en aquellas tierras desde que el mundo era mundo. Y le habían encargado un hechizo: convertirla en gato.
Cincuenta años después, la joven sonreía satisfecha.
Cincuenta años después, todos los gatos del pueblo maullaban satisfechos.
Cincuenta años después, los gatos dominarían el pueblo… Y la joven sería su Reina.
Y su nombre era… Maléfica.




Nota: una primera versión de este relato en dos partes, fue publicado en los números 14 y 15, de El Azulete de Almería, La Cañada, El Alquián y Los Molinos, en diciembre de 2001 y enero de 2002





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